No ingerir

Corrió, corrió, corrió en una huida hacia adelante, con un libro entre las manos pegado al pecho. Era un chico listo, su madre le dijo que no debía dejar de correr ni un momento, y así lo hizo, esquivando uno y otro, zazigueando por la acera, e incluso esbozaba una sonrisa jovial. Y  el libro, que le había apretado su madre contra el pecho, colgaba  ahora de su mano a través de un hilo de cuero por el cual pendía, mientras seguí corriendo sin parar, poniendo un pie aquí y allà, pasando entre la gente.
La madre desapareció. El chico sólo corrió, y, quizá, se salvó.

La falacia de la Constitución


Me entretiene mucho la falacia, en general del poder que es supremo y sostenida también en la Constitución española: "Eso no significa que el rey pueda hacer lo que desea, sino justo lo contrario...".

Lógicamente hablando esto es bastante curioso. Al caso, la frase resignifica el término de "absoluta libertad en el poder", dado fácticamente, con arreglo a un principio falaz que le otorga una dimensión fuera de dicha facticidad: de un hombre que ejerza el máximo poder se presume precisamente que, en su uso, debe ir dirigido con mayor cautela que si tuviera un poder inferior, pues cuanto más poder se concentra mayor es, proporcionalmente, la propagación del efecto de sus actos, sean estos justos o injustos decir. El que piensa así acostumbra a acabar concluyendo con un: y es por esto que, de la absoluta libertad (del Rey) en el poder se deduce el formato más riguroso de la voluntad a la hora de pensar sus actos. Y, si están de humor, sueltan el elogio facilón: qué difícil es gobernar. Y para poner el acento al elogio y hacerlo más candente, se dan insultan satisfechos: no querría se Rey por la responsabilidad que contraes. Entonces, vuelven con renovado émfasis al estribillo: ¡qué difícil es gobernar!

Comoquiera que sea, esto huele al punto menos que a tierna fábula, y su propósito sirve, como no, a la justificación del poder entendido en este sentido. Por lo demás, a mi juicio, de la facticidad de un sujeto con absoluta libertad en el poder se sigue, de suyo, un Gadafi, un Juan Carlos I, un Alberto II o un Bashar Al-Assad. Esto es, personalidades que harán lo que quieran cuando así lo decidan. Máxima libertad de acción para tales chupatintas.