Expressionisme alemany, literatura contemporània



Franz Marc,

"Wagner se da cuenta desde una distancia de diez metros de lo siguiente: 1. Ésta no tiene dinero; 2. Está furiosa con Franz; 3 Me quiere, a mí, el guapo Wagner. Con este guardarropa lo quieren todas las mujeres, especialmente cuando se trata de una recaída, de lo que se llama una reprise. En relación con el punto 1, da a a Cilly diez marcos. En relación con el 2., maldice también a Franz. Dónde se ha metido el tipo es algo que quisiera saber también. Pero Cilly tampoco sabe dónde está Franz, y eso habla en favor de la tesis, aduce Wagner conmovido, de que le hombre se ha casado. Y luego dice amablemente, en relación con el punto 3. , tocante al amor en casos de reincidencia: de momento no estoy libre pero en mayo vuelve a preguntarme. Debe de faltarte un tornillo, grita ella sin creéselo de alegría. Conmigo todo es posible, dice él radiante, se despide y sigue su paseo. Wagner, oh Wagner, eres mi paladín, Wagner, mi Wagner, sólo a ti te amo." 






Expressionisme alemany, s'escapa de la vista i l'oïda. Domini absolut del temps-l'espai i l'acció continguda sota l'expressió del pensament. El Sol es mou al voltant de la Terra, mentre la Terra es desvial'òrbita. El Sol, 300.000 vegades més gran. Tants zeros de superioritat per donar-nos escalfor i alegria un dilluns, i demà un dimarts; seguim en el mateix mes i any. Ens gratem la panxa amb l'esquerra, agafem el cafè amb la dreta, i en asseïem al banc doblant els genolls, i mirem el Sol. Els 7 minuts que tarda un raig ha arribar a la meva galta justifiquen l'alegria i bonança d'un dilluns. Menys de 7 minuts, no. Les erupcions solars, les explosions per reaccions generades pel propi funcionament interior del ens celest. La crema solar abans de fer el cafè. D'alegria no sen sent, sí una molèstia. Els dilluns són una merda, i són iguals que el dimarts i la resta del mes, sense canvis. La sortida del Sol és l'avís per tancar els porticons. A endinsar-se en la ciència de les relacions personals de la manera que tractem la relació dels astres amb les lleis d'inèrcia, resistència i gravetat. I això és expressionisme, atrevir-se a ser un narrador omniscient; jugar a saber el que pensa l'altre i intuïr creençes, relacions i problemes sense deliberar, tant sols contestant en forma de reacció instintiva. Portar la veritat existencial que hoe sent en les seves reaccions immediates fins l'aláda de veritat general, de tots, i amb la quals pots conduïr-te. 

Para terneros bípedos, de mediana estatura, con sotana y la capucha caída hasta las cejas; proceso des-simismación de la existencia


A propósito del creyente, Nietzsche nos dice que su moral es la suma de las condiciones de conservación de una especie de ser humano pobre, malogrado a medias o por entero (pp.749. 22-25. frag.post), es decir, su moral se construye a partir de ciertas condiciones de conservación que proceden a su vez de cierta deficiencia fisiológica. La fisiología es, pues, la causa de que instintivamente otorgue el honor supremo a una moral de la des-simismación, y por extensión, la causa lejana de cómo es en el creyente su inteligencia, su experiencia y su vanidad  (pp.379 11-48 frag. post.)

¿Qué quiere decir Nietzsche con que las condiciones de conservación de cierta fisiología pobre a medias o por entero se encarnan en una suerte de moral de la des-simismación? De entrada,  si seguimos la traducción de Andrés Sánchez Pascual, la moral de la des-simismación (Entselbstun) significa la moral de la renuncia de sí mismo. De seguido, esta moral de la renuncia de sí convierte las virtudes con la que es <<posible la felicidad de los más inferiores>> en el ideal que juzga todos los valores (pp.358 10-178 frag. post.). Así que, en origen, la conservación de una especie inferior, esto es, la encarnación de un ideal que convierta en virtudes aquello que le garantice su felicidad,  pasa porque se establezca en la nada, o lo que es lo mismo, en una previa renuncia de sí mismo.

A tenor de esto, ya se nos aparece la dicotomía fundamental: ¿El hombre en sí o en la renuncia de sí? ¿Simismación (sí mismo) o des-simismación? ¿Nuestra naturaleza o una moral? ¿El hombre natural o un hombre fiticio? Todo esto bajo la pregunta: ¿dónde  pone el hombre el valor de la existencia? Pero acaso ya hemos dado la respuesta por lo que hace a una des las dos opciones: una especie de ser humano pobre, malogrado a medias o por entero pone el valor de la existencia en la moral de la des-simisación (renuncia de sí), basa au voluntad en un conjunto de virtudes cristalizadas en la moral de un Dios, su Dios. En conclusión y según Nietzsche, esto es lo mismo que fundar el valor de la existencia sobre la nada. Sils-Maria
 
 
 

Fascismo Italiano


A la pregunta sobre qué organización social y política revela la libertad sustancial, Berdiaeff responde el Fascismo italiano[1], pues su manifestación espontánea de la voluntad de vivir surge de grupos sociales súbitamente agrupados y unidos[2]. En primer lugar, para Berdiaeff, el rasgo de <<manifestación espontánea>> nos pone sobre la pista de que consiste en una fuerza biológica, y no del derecho; en otras palabras, la <<manifestación>> se engarza en la vida misma, con lo cual se desentiende de cualesquiera fronteras jurídicas. [3] O, remontándonos hasta el origen, también podríamos formularlo según principios, así, detrás y durante la <<voluntad de vivir>>  lo que opera es el principio de fuerza, y no, para seguir con el símil del derecho, el principio de legitimidad.[4]

Parece pertinente destacar que en términos de la libertad sustancial, lo realmente relevante es que la actuación del hombre es dirigida, en palabras de Berdiaeff, por la substancia, y no como antes, que se había mantenido en la forma.

¿Por qué Berdiaeff se fija en la estructura social y política del fascismo italiano? Pero a esta pregunta, de alguna manera, ya se ha respondido. En el fascismo descubre la llamada comunión con la vida, esto es, una pintura de la vida humana en la que todas las personas despliegan su libertad desde su vitalidad particular hasta conformar, en el conjunto de la sociedad, el orden espiritual de un universo.


A vista de pájaro, se produce un tránsito del mundo-caos que había experimentado Europa y había culminado en la Gran Guerra, al repentino establecimiento de un orden espiritual de un universo que significa el fascismo italiano, y que es análogo al de  del medievo. Así es,  notemos que en el discurso a propósito de la manifestación de la forma predilecta de la libertad substancial, si Berdiaeff  pone su mirada en el fascismo italiano es con la estrategia prefigurada de mostrar la analogía a la que se ofrece con los ciertos elementos de la Edad Media.


A todo esto y para ser justos con Berdiaeff, sería una grave falta deducir que con este pasaje lo que hace, de algún modo, es una justificación a ultranza del fascismo italiano; de admitirlo, puede objetarse algunas inconsistencias fundamentales. Pero sólo daremos dos breves razones por las que Berdiaeff no asume con el pasaje el fascsimo en un sentido histórico. La primera es que su recorrido por el fascismo italiano se circunscribe en las propiedades de la estructura social y política consuetudinarias a la libertad sustancial, y que le permiten, a su vez, realizar una analogía con las propiedades pertenecientes a la Edad Media. Por otra parte, el mismo Berdiaeff condena  reiteradamente las atrocidades cometidas al hombre durante la Gran Guerra, con lo cual parece del todo absurdo entenderlo en este punto como si fuera un partidario más del fascismo histórico.


Para aclarar esto último, si tenemos en cuenta que su libro en cuestión fue publicado el año 1924 y Mussolini subió al poder el 30 de octubre de  
1922, nos convence por completo de nuestra conclusión. Pues en ésta etapa, aún ignorando el seguimiento ya pormenorizado o ya general que hiciera le mismo Berdiaeff, no tuvo aún así ningún conflicto relevante. En estos años la Italia de posguerra presenta un cuadro social exaltado, de afirmación vital, bajo la meta común de recobrar el vigor perdido a través de su apoyo a una serie de proyectos  industriales, agrarios y políticos que, a la postre,  habían de devolverles a su espíritu su dignidad original. A mi parecer, es en este sentido que reluce la expresión<<manifestación espontánea de la voluntad de vivir>>, y es en ella en la que debemos enmarcarla.







Liszt, Franz

[1] P.89
[2] P.89
[3] P.89
[4] P,89

3:35

Si aún tenía algún sentido hablar de ello era por la cercanía de lo ocurrido. Recuerdo la puerta al fondo del pasillo, blanca, ancha, con la luz amarilla que se escurría por debajo de ella. Pero la puerta parecía un rocío de lágrimas, tristes y fúnebres  cayendo hacia abajo sin parar, como una cascada. Dentro había una persona que con sólo presentármela en la imaginación ya me hacía estremecer de angustia. Tenía una edad avanzada, discurría por este mundo como cualquier otro, insensible al tiempo, centrándose en lo cotidiano,  exacerbándose por una nimiedad u otra. Muy usual ante un espectador común, la aparición de ese rostro arrancado de la expresión de amor, que tiempo atrás mostró, pero del que ya no queda rastro.

Andaba arrastrando los pies, se movía con flema, era algo esperpéntico. Sin embargo, ya tenía su avanzada edad para permitirse eso lujos de la debilidad. Otros, aún sin haber abierto la última flor, parece que ya están languideciendo, como por el acto de su propia voluntad, que ha decidido omitir su breve existencia en el tiempo, prefiriendo, por contra, reservarse la experiencia para acudir directamente a la muerte.

La idea del suicidio siempre había rondado en su cabeza. Pero sólo la comprendió el día que sentado en la mesa, fue preso de una agitación, confundida en la angustia, y que al fin, al dar casualmente con el ojo en el cuchillo, le asombraba o, mejor, asaltaba la cruda imagen de su frío metal cortando la tierna carne del cuello.

A partir de ese día, se prometió a sí mismo esquivar por todos los medios del engaño y el despiste la sobrecogedora imagen de su propia muerte. Sin embargo, hoy, con la imagen de la puerta cubierta en lágrimas, la persona detrás de esa puerta blanca, de trazo viejo, aspecto marchito, actitud indolente y arrastrada por la inercia de los años, no le arremetía de otro modo sino como otra imagen de la categoría de la su suicidio, ésta, aunque igualmente atroz, significaba un absurdo absoluto.

Así, y sin más,  cayó en la repentina conclusión del absurdo. Que le llevó aún más allá, también le significó que no tenía nada que lo sostuviera debajo de sus pies. El hecho de mantenerse en vida, la propia expresión personal de: decidir desplegar una hoja más o retrotraerla al capullo; éso, sin duda, era algo, un momento de  vacío que le entraba por la espalda y le salía por delante del estómago. Eso, sin dura, centraba su atención. Ya no podía dejarse ir con arreglo a algún otro, debía sostenerse a sí mismo en todo momento.

Pero esto, aparentemente tan pueril, de tintes escolares y de música de tonos graves, no es nada; lo importante del conjunto, lo que, a la poste, es aquello que se sigue sin saberlo, es la imagen objetiva de la puerta blanca al fondo del pasillo, tan triste, tan arrebatadora, que lo oculta todo en una impresión. La impresión del que mira a lo lejos, y se dice a sí mismo, por un momento, sólo por momento, que debería darse el imperativo de irrumpir a través de esa puerta corrida en lágrimas, entrar, y devolver la vida a aquél descarnado sujeto. Y así, de improviso,  y sólo quizá, el mismo gesto serviría para que me dé brío en un hoja, o, por el contrario, me condene a replegarme en la muerte del capullo. Pero eso es lo de menos, lo autenticamente merecedor, aquello realmente creativo que ilumina el cenagal  y culmina la escena es, ni más ni menos, el preciso instante en el que todo puede cambiar, en el que un pasillo de escasos metros separa al que mira  de la puerta blanca, su imagen dándose muerte con el frío cuchillo del solitario absurdo de ella.

 Es la convulsión que anuncia que todo puede ir hacia un lado o hacia otro, hasta el punto que todo vuelva a empezar, como en otra vida, vida nueva,  rejuveneciendo a los que palidecen y matando a los que florecen, o comoquiera que sea,  pero al fin considerando que la estación primaveral sucede a la invernal, que siempre vuelven, puntuales, a cambiar las cosas, y que, del mismo modo, aún se está a tiempo de dar respuesta a la impresión de la puerta blanca precedida de la imagen de suicidio, cuando ella vuelva, puntual, en el tiempo casual, a presentarnos a ella y a mi en la distancia. ¿Y qué haremos?   irrumpir a través de la puerta blanca, aunque, quizá, por entonces, a ella ya se la haya tragado un absurdo insalvable, o yo esté muerto. Pero lo mismo da, en cualquier caso, hay algo que siempre sobresale, y es, de nuevo, el sublime momento en el que que uno está en un extremo del pasillo y el otro en el extremo opuesto, dentro de su habitación de puerta blanca, y entonces, empiezas a pensar en su imagen, luego en tu imagen, más tarde en la de los dos, y se desvanece el habla


No ingerir

Corrió, corrió, corrió en una huida hacia adelante, con un libro entre las manos pegado al pecho. Era un chico listo, su madre le dijo que no debía dejar de correr ni un momento, y así lo hizo, esquivando uno y otro, zazigueando por la acera, e incluso esbozaba una sonrisa jovial. Y  el libro, que le había apretado su madre contra el pecho, colgaba  ahora de su mano a través de un hilo de cuero por el cual pendía, mientras seguí corriendo sin parar, poniendo un pie aquí y allà, pasando entre la gente.
La madre desapareció. El chico sólo corrió, y, quizá, se salvó.

La falacia de la Constitución


Me entretiene mucho la falacia, en general del poder que es supremo y sostenida también en la Constitución española: "Eso no significa que el rey pueda hacer lo que desea, sino justo lo contrario...".

Lógicamente hablando esto es bastante curioso. Al caso, la frase resignifica el término de "absoluta libertad en el poder", dado fácticamente, con arreglo a un principio falaz que le otorga una dimensión fuera de dicha facticidad: de un hombre que ejerza el máximo poder se presume precisamente que, en su uso, debe ir dirigido con mayor cautela que si tuviera un poder inferior, pues cuanto más poder se concentra mayor es, proporcionalmente, la propagación del efecto de sus actos, sean estos justos o injustos decir. El que piensa así acostumbra a acabar concluyendo con un: y es por esto que, de la absoluta libertad (del Rey) en el poder se deduce el formato más riguroso de la voluntad a la hora de pensar sus actos. Y, si están de humor, sueltan el elogio facilón: qué difícil es gobernar. Y para poner el acento al elogio y hacerlo más candente, se dan insultan satisfechos: no querría se Rey por la responsabilidad que contraes. Entonces, vuelven con renovado émfasis al estribillo: ¡qué difícil es gobernar!

Comoquiera que sea, esto huele al punto menos que a tierna fábula, y su propósito sirve, como no, a la justificación del poder entendido en este sentido. Por lo demás, a mi juicio, de la facticidad de un sujeto con absoluta libertad en el poder se sigue, de suyo, un Gadafi, un Juan Carlos I, un Alberto II o un Bashar Al-Assad. Esto es, personalidades que harán lo que quieran cuando así lo decidan. Máxima libertad de acción para tales chupatintas.

Intempestiu 2.12


Y se preguntó por la sombras que un día cobijaron su sueño. Sintió la imperiosa exigencia de ponerle título al momento, desesperación se dijo. Éso es, estaba sentado y ardía de desesperación como en una hoguera inextinguible, incluso olía el humo que él mismo emanaba...Y entonces corrió, corrió desesperado, y no poco ni cojo, ni como lo hacen los que huyen, sino más bien como un cojo que huye sin saber por qué ni durante cuánto tiempo lo hará, así, como un loco embriagado.

Y corriendo a través de una extensa llanura franqueada por altos álamos sintió que bien valía la zancada una siguiente, y, aunque tras los mismos álamos se escondiese un hondo valle que engullía todo con sólo que se asomase, poco importaba, se dijo; y retorció los músculos, redobló la marcha, apretó su voluntad en el entrecejo, siguió dirigiéndose a ningún sitio. De improviso, abrumado, posó sus pies ligeros sobre el suelo, uno junto al otro, y vio en la altura, sobresaliendo por encima de los álamos, resurgir el sueño hundido que un día retuvo, con sus mismas sombras, igual de imperioso e inconquistable.

Entonces comprendió que el sueño siempre idéntico e idénticamente enterrado no tenía sombra ni cobijo, siquiera encerraba un fin sino muchos fines. A lo que se dijo que si cuando estaba sentado lo estaba en el fondo del valle, si es allí, pues, donde los soñadores pierden la facultad de soñar y viven sometidos a las sombras y el cobijo de la superficie,  y si por el contrario con el sólo correr hacia algún lado es está soñado; mas aún fue más lejos, y conjuró si no dejar de correr jamás suponía no sólo concebir sueños si no además cumplirlos.

Aún embriagado, nuestro loco golpeó un último suspiro al presente, y se confesó si cuando corría sin saber por qué ni durante cuánto tiempo estaba cumpliendo sueños que él mismo desconocía que su voluntad aspiraba cumplir. Luego, preso de lo terrible del momento, se sugirió si no sería la voluntad misma un soñar y cumplir sueños, y la falta de ella, la absoluta desesperación que lo ha llevado a correr, correr, correr y correr, para recobrar la voluntad que es sueño.