La cólera como expresión última de la libertad (bastión del hombre)



La inacción asedia la libertad: resignación contra cólera

Mi cólera, criminal con premeditación,
no debe explotar.
La comprensión se lo impide, esa valla que sólo
la perspectiva puede atravesar.

Así, desde lejos y saturado de cólera acumulada
que ha cuajado espesa, como cuaja el queso, miro
cómo, de forma totalmente sensata,
preparan el final: esmerándose en los detalles

Arcángeles imperturbables se han capacitado.
Contra ellos se estrella nuestro miedo pequeño, que quiere
vivir, vivir a cualquier precio, como si la vida fuera
un valor en sí.

¿Qué hacer con una cólera que no puede estallar?
¿ Malgastarla en cartas, en cartas
que sólo tienen cartas por consecuencia, en las que
se deplora profundamente la situación, tal como es?
¿ O domesticarla,
y dirigirla contra objetos frágiles?
¿ O dejar que se convierta en piedra
que perdure después del fin?

Sin las vallas de la comprensión
sería libre por fin
y daría un testimonio pétreo, esa cólera mía
que no debe explotar.

Grass, GünterLa Ratesa

Le pianiste et elle

Los dedos tocando levemente las teclas, lo suficiente como para poder derivar de ellas el correspondiente sonido que, conjuntándose con unos aún vigorosos y otros en tránsito de ser engulidos por el silencio, componen una melodía sugerente a todo el que se sumerja en ella. A su alrededor figuran un grupo de atildadas damas de la alta sociedad que lo observan complacidas por componer el privilegiado grupo a quien ofrece su obra, aunque desconocen porqué son privilegiadas y no mártires invitadas a sufrir la perversa unión de sonidos. Mientras, se escuchan toda suerte de sonidos comunes de la calle que dirigidos a todas direcciones a igual fuerza y siempre intentando atravesarlo todo hasta perecer, logran filtrarse por el grueso cristal hasta llegar ya debilitadas a los oidos de damas y pianista. En el ambiente concurren tanto la más fina melodía interrumpida puntualmente por algún agudo grito que elevado desde la más ruda garganta situada en el fondo de la calle consigue infiltrarse, hasta las aspiraciones más insólitas; una multiplicidad de pretensiones combaten calladament, sin confesarlo pero manifestándolo con la sola presencia en el salón, con el sólo hecho de permanecer sentadas en el diván haciéndose las entendidas; una de ellas cree haber alcanzado las arrugas faciales adecuadas para que al ser vista sus compañeras no puedan sostener duda alguna de sus conocimientos musicales. Me he fijado que hay otras que parece que desprendan otras aspiraciones más cínicas y atrevidas, como avassallarme al fin de mi interpretación  sin mediar palabra y levantándose la falda grotescamente darme un beso. Con todo, estas esperarían oportunamente su ocasión para proceder de esta forma.
Al fin, termino la pieza y con la muerte del último tono aparece en escena una nube de silencio qu había sido  alimentada por la tensión ceciente de esas aspiraciones y que ahora deja a todos inmovilizados como imbéciles. Con todo, lo único que merece atención es ella, la que no aspira a nada porque su placer es únicamente el unirse a mi en la composición que toco; con sus gestos me habla de en qué medida le ha gustado, con sus arrugas de cuánto le extranya ese sonido que acabo de provocar y, con su presencia, con ella no muestra nada, ninguna aspiración que se superponga a lo que ya le ofrezco, y por ello mismo aún sigo invitando a damas caprichosas e inmorales de la alta sociedad, porque entre todas ellas habita ella, mi amada, sin la que mis dedos ya no correrían de una punta a la otra del teclado, sin la cual los sonidos carecen de una alma paralela que los agarre y los aprisione dándoles sentido, mi musa.

Un americano. ¡Con dos sobres de azúcar!

El hombre que despertándose tarde, se envuelve en ropa casual y deja caer un pie en la sucia acera para luego impulsarse y emplazar el otro pie. Se dirige al café Smith y, como aquel que sacándose las gafas con manos torpes se friega maquinalmente los ojos dibujando una mueca extraña, penetra en el local  levantando tímidamente la mano a modo de saludo para luego sentarse maquinalmente en la mesa de mármol gastado dispuesta en la esquina y con vistas a todo el conjunto de clientes. Espera su americando ya casi listo mientras observa el  panorama  que sea abre ante sí; qué desolador, le confiesa a su fuero interno, hombres próximos a los 50 años que con la cabeza gacha cogen débilmente la cucharilla removiendo el café con lentitud, tal como si les hubieran comunicado la muerte de un familiar, ¡o la suya misma!
No señores, es un pensamiento aún más voraz el que roe sus pensamientos, un gusano jamás saciado que presenta a su pensar un comunicado que le anuncia: si no se cruza ningún fatídico acontecimiento,su estado  actualmente vigoroso le permitirá seguir viviendo en esta misera  durante 30 años más, a lo mínimo. Una y otra vez, ora al punto de acostarse, ora después de dar un breve paseo, ora al instnate de haber perfilado una descontrolada sonrisa o al punto de la jubilosa celebración de un gol; el gusano se hace un sitio entre todo ello y agudamente les vuelve a espetar el mismo comunicado: si no se cruza ningún fatídico acontecimiento,su estado.... Pues, como no inclinarse apesudambrado a admirar el simpático tintineo del cafè al golpéo de la cucharilla,  y olfatear  con callada devoción esa suave aroma que desprende  el vapor y se filtra cómodamente en las entrañas; para luego figurarse el proceso del azucar diluyéndose en el cafè amargo a cada batida  dada con la cucharilla hasta el punto de componer una armonia agridulce, entrañable. Al fin, dar un breve sorbo como si de un privilegio se tratara. Ahora, comprendo sus gestos al tomar el café, logro justificar ese placer que reporta el fijarse en las pequeñeces que incuba, es más, a ratos me dedico a cazar una mueca que indica que el aroma ha penetrado en el o ella sugiriéndole una sonrisa para consigo. Debo admitir que hace un tiempo que actúo de igual forma que ellos, quizá por ello mismo lo describo, quizá por ello mismo deba aceptar que habita en mi ese gusano intratable y perturbador, devorador de esperanzas y proveedor de fatigas sin cansancio, el mismo que sin saber ya me acude con la canción: si no se cruza ningún fatídico acontecimiento,su estado actualmente vigoroso le permitirá seguir viviendo en esta misera  durante 30 años más, a lo mínimo.

Inercia de un ciudadano-medio

Que si mi pluma sigue rasgando el papel no es por la gloria que de ello pueda obtener, o quizá sí, aunque entonces ella pertenecerá a un chico que pudiéndola abrazar se vio truncado por la muerte. Esto es, señores, un homenaje a él. Esto es, señores, vivir la vida que él no vivió. A la postre, el único muerto soy yo, y esta es la forma que me hace más feliz de levantarme temprano, preparar el café para tomarlo, encneder la tele para verla, ir a clase para almacenar, andar del vestíbulo al portal, ser educado, intentar ser neutro.
El hastío es como una capa grísácea que envuelve al hombre haciéndolo desgraciado en una operación con el todo. Al punto, un todo sin-sentido se avalanza contra un hombre hastiado que anda indolentemente por la acera. Ahora esto, luego aquello. Esto sirve para aquello; a su vez, aquello está ahí por una razón útil. Esta concatenación es aplicable a objetos como el transporte público: sirve para desplazarte; a su vez, su existencia se justifica porque sirve como mecanismo para preservar el medio ambiente, descongestionar la ciudad y, consecuentemente, ofrecer menos gases nocivos al ambiente y con ello bla bla.. SALUD. Bien, este es el proceso analítico en el que sucumbe el hombre hastiado o, ciudadano medio, al mirar alrededor buscando el por qué de los objetos. Más tarde, los hombres formales aplauden y alban con palabras pomposas el ejercicio del ciudadano-medio que interatuca con los objetos procurando averiguar su razón de ser. Sin embargo, me pregunto. ¿por qué coño ellos no me preguntan "porque" me empecino a indagar la razón de ser de los objetos? Malditos sea, la respuesta te la dan, como por sistema, recurriendo a un sencillo discurrir utilitarista que pronuncia con voz chirriante: preguntarse el por qué de las cosas es útil para entender por qué están ahí ellas y no otras, o ninguna. Iría un poco más lejos, pasando a instituirme como ciudadano-medios-temerario, apelando en último términoa la pregunta, ¿qué utilidad descansa en saber por qué está un objeto impartiendo una determinada función y no otro o ninguno? Seguramente, aunque no debería estar tan garantizado, tendrían una respuesta bien trabada y coherente para espetarme en toda la frente; a mi, por el momento y siendo generoso,  sólo se me ocurre que sea la siguiente: la utilidad es comprender por qué está ese objeto en concreto. A lo que responderé un tanto indignado, ¿señor y de qué sirve saber que está ése objeto y no otro? A esto me dirá retirando un peldaño el tono de la arrogancia del que sabe-dar-respuesta-a-todo: sirve para comprender como está estructurado el mundo. Bien, a esta respuesta tan poética cabría protestarle: pues si el análisis de los objetos sirve en última instancia para comprender como está estructurado el mundo, propongo que lo estructuremos con otros moldes, para comprenderlo siguiendo otras pautas y así no encontrar en la utilidad del TODO un hastío insoportable. ¡Tosca utilidad! ¡humillante utilidad! Si hay algo seguro en un objeto es que si existe es porque está definido, justificado; nada más. Que es un objeto indefindio, injustificado y carente de todo sentido sino algo con lo que no podemos lograr mediar de ningún modo a causa de no saber por qué está ahí, por qué existe. Esto no es el fin señores, es la antesala de la estocada que sobrevendrá cuando declaré que si de algún problema se aqueja el ciudadno-edio es, precisamente, de que ya no problematiza los objetos sintiéndose un tanto hastiado. No. Lo observo interactuando con los objetos como si hubieran sido legados por a la humanidad con términos impertaivos y desde orígenes remotos. Asombrado quedo, quedamos pero nunca quedan, cuando anuncip que el trnasporte público existe desde Adán y Eva, que los jardines del Edén empleaban sistemas de irrigación refinados. A veces, me preocupa que no sepamos que un objeto está porque el hombre lo a legitimizado dotándolo de valor, y que en ning´nu caso viene dado y inmediamtaente lo admitimos como estático, inamovible. Sí señores, según el ciudadano-medio de hoy en día, los autobuses eran transporte asiduo de griegos antiguos en sus labores de ir del foro al acrópolis, del acrópolis, al puerto.