Le pianiste et elle

Los dedos tocando levemente las teclas, lo suficiente como para poder derivar de ellas el correspondiente sonido que, conjuntándose con unos aún vigorosos y otros en tránsito de ser engulidos por el silencio, componen una melodía sugerente a todo el que se sumerja en ella. A su alrededor figuran un grupo de atildadas damas de la alta sociedad que lo observan complacidas por componer el privilegiado grupo a quien ofrece su obra, aunque desconocen porqué son privilegiadas y no mártires invitadas a sufrir la perversa unión de sonidos. Mientras, se escuchan toda suerte de sonidos comunes de la calle que dirigidos a todas direcciones a igual fuerza y siempre intentando atravesarlo todo hasta perecer, logran filtrarse por el grueso cristal hasta llegar ya debilitadas a los oidos de damas y pianista. En el ambiente concurren tanto la más fina melodía interrumpida puntualmente por algún agudo grito que elevado desde la más ruda garganta situada en el fondo de la calle consigue infiltrarse, hasta las aspiraciones más insólitas; una multiplicidad de pretensiones combaten calladament, sin confesarlo pero manifestándolo con la sola presencia en el salón, con el sólo hecho de permanecer sentadas en el diván haciéndose las entendidas; una de ellas cree haber alcanzado las arrugas faciales adecuadas para que al ser vista sus compañeras no puedan sostener duda alguna de sus conocimientos musicales. Me he fijado que hay otras que parece que desprendan otras aspiraciones más cínicas y atrevidas, como avassallarme al fin de mi interpretación  sin mediar palabra y levantándose la falda grotescamente darme un beso. Con todo, estas esperarían oportunamente su ocasión para proceder de esta forma.
Al fin, termino la pieza y con la muerte del último tono aparece en escena una nube de silencio qu había sido  alimentada por la tensión ceciente de esas aspiraciones y que ahora deja a todos inmovilizados como imbéciles. Con todo, lo único que merece atención es ella, la que no aspira a nada porque su placer es únicamente el unirse a mi en la composición que toco; con sus gestos me habla de en qué medida le ha gustado, con sus arrugas de cuánto le extranya ese sonido que acabo de provocar y, con su presencia, con ella no muestra nada, ninguna aspiración que se superponga a lo que ya le ofrezco, y por ello mismo aún sigo invitando a damas caprichosas e inmorales de la alta sociedad, porque entre todas ellas habita ella, mi amada, sin la que mis dedos ya no correrían de una punta a la otra del teclado, sin la cual los sonidos carecen de una alma paralela que los agarre y los aprisione dándoles sentido, mi musa.

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