Poema de Joan Maragall; "Epíleg", excelsior


Vigila, esperit, vigila;
no perdis mai el teu nord;
no et deixis dur a la tranquil.la
aigua mansa de cap port.

Gira, gira els ulls enlaire,
no miris les platges roïns,
dóna el front an el gran aire;
sempre, sempre mar endins.

Sempre amb les veles suspeses
del cel al mar transparent;
sempre entorn aigües esteses
que es moguin eternament.

Fuig-ne de la terra immoble;
fuig dels horitzons mesquins;
sempre al mar, al gran mar noble:
sempre, sempre mar endins.

Fora terres, fora platja;
oblida't de tot regrés;
no s'acaba el teu viatge;
no s'acabarà mai més. 

6.06

Ya no quedan demasiadas razones. Algunas se fueron, sobretodo decidieron marcharse cuando vieron el estado de la situación, caracterizado por el carácter  idéntico a sí mismo que ofrece cada mañana, repitiéndose religiosamente al salir el sol; esto sucede, pues, sin ningún pronóstico de que la naturaleza de las circunstancias varíen; y en silencio, rodeado de personas que aspirando vertiginosamente a la felicidad, y haciéndose de ellos mismos un derecho en sí mismos de seguir hacia adelante a la realización, plenitud, de sus egos; con elegancia y palabras amables, así se mueven todos con sus garras. Aunque, antes de tomar esta alternativa de la patética felicidad, comprendieron algo que los aterró hasta olvidar su nombre; descubrieron que, llegados a un punto, más allá de la subsistencia, es decir, cuando el hombre ya está satisfecho de comida. Y, aún más, más allá de toda la serie de placeres y experiencias que distraen, activan, y dan emociones a patadas al hombre. Llega el momento en que se detiene, y tumbado en el sofá, parado sin hacer nada en la cola de un supermercado, esperando la llegada del ascensor que baja,  volviendo a casa después de un gran día, o en los momentos previos a que el microondas finalice el último eterno minuto. Es en estos momentos de absoluto vacío sentimental, ideal y pensativo del hombre, lo que invita y asiste la recepción de la nada absoluta. La que embota al hombre encerrándole en sí mismo, y, insta, obliga al hombre a interrogarse sobre si es necesario que esté vivo y haga lo que hace o, por contra, da lo mismo que si estuviera muerto y no hiciera nada. Asi de crudamente habla nuestro tribunal más alto. Todavía el hombre se encuentra consigo mismo mismo, al punto, su interrogatorio atraviesa cada contenido relevante de su existencia: placeres comunes, enlazados con su original aspiración a la felicidad, en lo práctico: cargado de su lastimero código moral de hombre íntegro aunque con cláusulas, ciertas ideas sobre la prudencia, que a su vez participan en otras más avanzadas que le son de orientación en las decisiones habituales; juicioso al menos una vez al día, sometido a sus manías en el rincón de lo estético, y con la intacta mansión superpoblada de recuerdos inútiles y experiencias consumadas que pretenden justificar su salvaje existencia. Tal vez, al recordase, se esté dejando a sí mismo en evidencia, como un obstinado come mierda, rindiéndose honores a sus principios copiados y su conciencia de fingido noble, porque la mentira es el modo de sujetarse del hombre, como a una última ramita con tres hojas que sobresale inusitadamente de un peñasco y le evita provisionalmente la caída, y a la que se aferra aliviado, mas por poco tiempo.
 Ahí, dentro de la vida pasada, rellena y aprovehada, sea ruin o honesta, es de donde nace el reencuentro del hombre consigo mismo sólo cuando antes ha aparecido en escena a modo de requisito un momento de vacío abismal, al estar esperando por algo; entonces, vencido el hombre por el rastreo hecho sobre su vida pasada, sale a buscar, abatido, algún sentido auténtico a sus acontecimientos pasados, intentando, penosamente, salvar alguna experiencia en su último juicio, algun momento, que no deba ser puesto, como tantos otros,  en el montón de experiencias apilotonadas que representan una egípcia pila de mierda, cuyo hedor apesta, como no, a la banalidad de cada hombre en concreto. En efecto, el mismo que se tiraba orgulloso en parapente como si estuviera conquistando al tiempo el Olimpo y lográse un hito en la eternidad olvidadiza; ése, el que vive embollado en el ridículo mandato de pisar fuerte y vivir con intensidad, que si nos descuidamos, el Sol se pone.  Ellos, los devoradores de experiencias, engreídos en su afán de haber vivido más rápido de lo normal. Se permiten, con todo, fundamentarse en las ruinas de su experiencia, como si ellas viviesen para él, o, poco más o menos, las experiencias consumadas de ayer le engendrasen la felicidad de mañana; a todo esto, la experiencia ya está muerta, y revivirla agarrándose a su pierna, un juego siniestro
Cierto día, uno se aleja de su propio hedor, asqueado, fatigado y más que todo esto, asfixiado de mirar a todos lados y sorprenderse siempre de ver la monstruosa nada invadiéndolo todo, y decide lanzarse hacia delante en una carrera desesperada para salvar su ego ya exánime de sus cutrezes inolvidables y extraordinarias. Ahora, advierte que ha empezado a contemplar el mundo desde su perspectiva real, tal como es en si: idéntico a sí mismo cada mañana, repitiéndose religiosamente cada día, con las menudeces superfluas de las circunstancias que cambian ligeramente, golpeado por  las cuestiones relativas al quehacer doméstico, y, en definitiva, en un sentido estricto y a la vez amplio: contemplando un mundo que, tras haber intentado esquivarlo, engañarlo, y no haber flotado luego, y, a la postre, tras haber orquestado un engaño en  su propio pasado que le permitiera seguir viviendo e igualmente haber vuelto al pie de la muralla, se le presenta el mundo, digo, como una broma repugnante y asquerosa, en la que figura dentro de un teatro en calidad de invitado y por casualidad; a la sazón de la casualidad, y esta es su última razón, actúa indeciso, haciéndose proyectos, buscándose incentivos, bañándose en aguas preparadas de improvisaciones sofisticadas que nutran su famélico ego, que le insuflen más brillo a todo esto envuelto en penumbra. Estas son las pequeñas obras de teatro que acaba patrocinando el hombre, y fracasan irremediablemente, y es entonces  que el hombre se detiene poniéndose la palma plana en la mejilla, y se dice: ¿qué hago en el mundo? No parece haber sido hecho para mí. Y ante sí: la nada absoluta.
Quién halle la nada, atroz tendrá que hacer papiroflexia con sus torpes manos, a fin de eludir ser engullido por ella. Es ése  islote del entretenimiento el que, temporalmente, salva al hombre de su caída.



Ensalada deluxe con Coca-Cola

Ella no era puta como las demás. Así me pareció a mí, cuando, surgió ante mí, sentada en la terraza de la esquina del restaurante Montmatre. Me fijé, estaba embargado por la imagen. Así, ella cogía sus cubiertos, sin fingimientos ni gestos bárbaros, sólo los cogía, qué clase, y luego comía; algo normal, claro está,  pero que no dejaba de tener la fuerza sobrenatural para impresionarme. Era su bol, poco más que éso, su bol,alto y transparente, que conseguía reunir dentro de el todo éso que yo me había estado jalando durante tantos años de soledad, en ésas vísperas de hastío insoportable, donde convivía con la televisión como un mono distraído. Vuelvo al bol, sí, os lo transmito: lechuga con jamón despedazado, atún, sardinillas pequeñas, jamás de las grandes, aceitunas testimoniales, algo de zanahoria, y el clásico tomate, rojo y carnoso. A esto, mucho vinagre. Estaba maravillado, aunque me reprimí de dar saltitos por pudor, no me negué a agitar la cabeza dismiluadamente. Comprenderéis que ésa ensalada era algo más que lo que aparentemente, pues tenía la forma de un inequívoco a punto matemático cuyo contenido me revelaba caprichosamente el destino que iba a comprometernos. Y entonces, más sereno y relajado, miré otra vez ésa mujercita, allí,con su ensalada, recogiédola con sus cubiertos, delicadamente, y, justo al lado, una Coca-Cola, una puta Coca-Cola preparada para no dejar nutriente con cabeza. Una matanza gástrica. Éso mutilaría el tomate, sin duda, y el resto, tampoco se salvaría, sin duda también. Aquella mujercita, la muy puta. Aún por las noches, me pregunto qué estaba haciendo ahí sentada a modo de espera, comiendo, precisa y divinamente, y combinando ésa gloriosa ensalada con aquélla Coca-Cola de apocalípsis, con sus bacterias devoradoras de vitaminas. En definitiva, no se podía ser más cabrona. En el aspecto de las experiencias consumadas, está, sin chorrear lírica, en el de las jodidas bromas. Qué hacía allí colocada, amontonando la viscosa mierda de la   Coca-Cola con el brío de la lechuga en una lastimosa digestión. Y no es que me haga el contrariado ajustándome las guías del bigote, sin embargo, una cosa así, ver a aquella mujercita bella y cargada de sensibilidad casada con una Coca-Cola, éso era algo que me atentaba sin remedio, en lo hondo de mis principios. La puta del Montmatre,estuviese sentada en la esquina que estuviese, lo mismo daba, no habría  dejado de generar poco más que indignación por todo el mundo; era la insígnia del modernismo: comer una vigorosa ensalada a la vez que engulles la crepitante Coca-Cola. En éso se centraba el conflicto, para poner un ejemplo que lo descubra aun más: un hombre no ingiere su pastilla diaria el mismo día que se ha propuesto hundirse una bala en el cráneo. Asimismo, a qué gilipollas se le ocurre mezclar la ensalada con Coca-Cola .
En estos casos, dinamitadas estas ideas, calcinados  en abstracto cierto género humano, uno acaba por replegarse en sí mismo. El abatimiento llega al cuerpo cuando el cerebro no halla salidas reales a la situación, entonces, sólo reconoce el problema e integra ésa submujer, el monstruo de gestos gráciles y Coca-Cola en tráquea, la putita, con sus cubiertos manipulados de arriba a abajo, todo ello a cierto nivel de refinamiento y, sin ser causa de horror. Peor aún, es, a pesar de ser bueno o malo a que se apele, algo extraordinario, que vive grotescamente entre los humanos. En conclusión, una puta de la naturaleza, que se siente, y cuando llega el camarero le encarga, inocente y distinguidamente, una ensalada deluxe con Coca-Cola.
La muy puta.

Louis-Ferdinand, Céline. [Barcelona]


La veía palidecer ante mí, a Lola, flaquear, debilitarse.<¡Toma, puta! -me decía yo-. ¡Duro ahí, Ferdinand! ¡Para una vez que tienes la sartén por el mango!...No la sueltes...¡Tardarás mucho en encontrar uno tan sólido!...>
<¡Toma! - dijo, completamente crispada-. ¡Aquí tienes tus cien dólares! ¡Lárgate y no vuelvas nunca! ¿Me oyes? ¡Nunca!... Out! Out! Out! ¡Cerdo asqueroso!...>
<Pero dame un besito, Lola, a pesar de todo. ¡Anda!..¡No estamos enfadados!>, propuse para ves hasta qué extremo podría asquearla. Entonces sacó un revólver del cajón y no precisamente en broma. La escalera me bastó, ni siquiera llamé al ascensor





Louis-Ferdinand, Céline