Ensalada deluxe con Coca-Cola

Ella no era puta como las demás. Así me pareció a mí, cuando, surgió ante mí, sentada en la terraza de la esquina del restaurante Montmatre. Me fijé, estaba embargado por la imagen. Así, ella cogía sus cubiertos, sin fingimientos ni gestos bárbaros, sólo los cogía, qué clase, y luego comía; algo normal, claro está,  pero que no dejaba de tener la fuerza sobrenatural para impresionarme. Era su bol, poco más que éso, su bol,alto y transparente, que conseguía reunir dentro de el todo éso que yo me había estado jalando durante tantos años de soledad, en ésas vísperas de hastío insoportable, donde convivía con la televisión como un mono distraído. Vuelvo al bol, sí, os lo transmito: lechuga con jamón despedazado, atún, sardinillas pequeñas, jamás de las grandes, aceitunas testimoniales, algo de zanahoria, y el clásico tomate, rojo y carnoso. A esto, mucho vinagre. Estaba maravillado, aunque me reprimí de dar saltitos por pudor, no me negué a agitar la cabeza dismiluadamente. Comprenderéis que ésa ensalada era algo más que lo que aparentemente, pues tenía la forma de un inequívoco a punto matemático cuyo contenido me revelaba caprichosamente el destino que iba a comprometernos. Y entonces, más sereno y relajado, miré otra vez ésa mujercita, allí,con su ensalada, recogiédola con sus cubiertos, delicadamente, y, justo al lado, una Coca-Cola, una puta Coca-Cola preparada para no dejar nutriente con cabeza. Una matanza gástrica. Éso mutilaría el tomate, sin duda, y el resto, tampoco se salvaría, sin duda también. Aquella mujercita, la muy puta. Aún por las noches, me pregunto qué estaba haciendo ahí sentada a modo de espera, comiendo, precisa y divinamente, y combinando ésa gloriosa ensalada con aquélla Coca-Cola de apocalípsis, con sus bacterias devoradoras de vitaminas. En definitiva, no se podía ser más cabrona. En el aspecto de las experiencias consumadas, está, sin chorrear lírica, en el de las jodidas bromas. Qué hacía allí colocada, amontonando la viscosa mierda de la   Coca-Cola con el brío de la lechuga en una lastimosa digestión. Y no es que me haga el contrariado ajustándome las guías del bigote, sin embargo, una cosa así, ver a aquella mujercita bella y cargada de sensibilidad casada con una Coca-Cola, éso era algo que me atentaba sin remedio, en lo hondo de mis principios. La puta del Montmatre,estuviese sentada en la esquina que estuviese, lo mismo daba, no habría  dejado de generar poco más que indignación por todo el mundo; era la insígnia del modernismo: comer una vigorosa ensalada a la vez que engulles la crepitante Coca-Cola. En éso se centraba el conflicto, para poner un ejemplo que lo descubra aun más: un hombre no ingiere su pastilla diaria el mismo día que se ha propuesto hundirse una bala en el cráneo. Asimismo, a qué gilipollas se le ocurre mezclar la ensalada con Coca-Cola .
En estos casos, dinamitadas estas ideas, calcinados  en abstracto cierto género humano, uno acaba por replegarse en sí mismo. El abatimiento llega al cuerpo cuando el cerebro no halla salidas reales a la situación, entonces, sólo reconoce el problema e integra ésa submujer, el monstruo de gestos gráciles y Coca-Cola en tráquea, la putita, con sus cubiertos manipulados de arriba a abajo, todo ello a cierto nivel de refinamiento y, sin ser causa de horror. Peor aún, es, a pesar de ser bueno o malo a que se apele, algo extraordinario, que vive grotescamente entre los humanos. En conclusión, una puta de la naturaleza, que se siente, y cuando llega el camarero le encarga, inocente y distinguidamente, una ensalada deluxe con Coca-Cola.
La muy puta.

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