Las ventanas de contenedores de basura. Tarkl- Cortázar-Rimbaud-viejetes

Cae el ocaso a pesar que el cielo aún se mantiene azul, emerge el color albaricoque (Brecht), en la cera baldosas de piedra rectangular al lado de la extensa pared de crema de un edificio institucional. Suave se tensa en la linde del bosque el bramido de la cierva, apuntaría Tarkl. Pedancia gratis por aquí. No obstante, cómo en el acto de cruzarse se mueven y miran o ignoran los transeúntes. Qué prietos andan por la estrecha cera y con que poco esmero se sortean entre ellos. Grupos o células sueltas; todos organizados, resueltos por la motivación de una voluntad prescrita, unas emociones previstas, unos sentimientos igualmente predecibles, y una memoria de lo que van a vivir que podría anticiparse de un plumazo con acierto relativo. Violenta, terrible sensación la que los penetraría de interactuar con sinceridad; se desmayarían si se atreviesen a desviarse hacia el sentido inverso al horizonte marcado.

De nada vamos sobrados si nos quedamos quietos. Detesto los hipotéticos del condicional, la apacible tarde de letargo peliculero a todo volumen. Hay que detenerse, tan sólo parar, pero no como ejercicio pedagógico. No hay queja sin moral como no hay educación sin moral. Por todos lados jerarquías. ¡Qué miren! dijo el indiferente. Pero la realidad no te pertenece, dijeron ellos; la realidad es toda esta virtualidad asquerosa entre vasos incomunicados- dicho al estilo Cortázar. Eso decía, detenerse 30 minutos, dejar de ser amable, despreciar a toda la humanidad, pues ella se queja sin razón y cuando tiene tazón calla como una puta asustada de muerte.

Obligados como estamos a participar, hagámoslo con tristeza. ¡Oh no! sé positivo, dicen. No, repito, la realidad es maciza y gris y el hombre la ha pintado de ese gris, así que no nos montemos ilusiones de estafador, no dupliquemos las mentiras como, como surge el egoísmo

Esa base natural que racionalizamos con trucos, malabares e inventos que presuntamente ofrecen a otro algo de modo absolutamente altruista. Prueben de dar todo por alguien que les ignora, más aún, les repugna. Nacerá una fiera ira, ciega y sorda, incalculable, destructora, que arrasará con los otros y luego con usted mismo y, probablemente, no se agotará hasta que la domestique, una vez calmada, con algún argumento anestésico que la adormezca hasta otra ocasión.

¡Qué empachado de felicidad estoy! menuda náusea tener que vivir lo invivible, porque cómo puede ser feliz uno con su condición asquerosamente humana. Felicidad; definición al uso: proyección que representa un mundo en el que los signos o elementos o su puta madre que son agradables- y agradable es el placer más feo- se maximizan. Luego, para los monstruos de la realidad hay laberintos de excusas en los que los problemas vagan perdidos y gritando. Para Rimbaud, felicidad era morir en la cama de su puto río, la zorra naturaleza que friega piedras lo mecería. No, no decía felicidad, decía quiero estar allí y morir allí, con ella; pertenece a ese lugar. Eso no es más ni menos que la felicidad, no, algo distinto.

Una capa de tenue amabilidad obligada, es decir, enfatizar las alegrías- máxima de tu comportamiento social epicúreo conferencia Campillo jardín de nostàlgicos olvidadizos con prólepsis a pleno rendimiento. Fin.

Cómo ríen los viejetes cuando oyen sexo; será su represión, malditos mendigos del placer. Los viejos, aunque más las viejas, están locos: tarados extravagantes, panda de desequilibrados mentales con excepciones. Los viejos sordos gritan mucho. No se enteran de su alto volumen, y siguen gritando.




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