Ella y su derrotero interminable hacia la nada

De cabellera agitada, movimiento inquieto e imperceptible hacer. Cualquiera que la hubiera conocido ya no se acordaría de ella, es más, no hay nadie que la reconozca aun habiendo tratado con ella en un tiempo atrás nada lejano; ella, tan terrible en su extremada discreción, tan trágica en la soledad que la cubría envuelta en esa pesadumbre propia del vacío existencial de la mujer repulsada. Se asemejaba a un navío con un capitán apto para la travesía pero sin los marineros correspondientes para ordenarla. Su propósito se reducía, como puede imaginarse uno, a la espera del que observa abnegado el devenir del tiempo con la esperanza de un extraordianrio acontecimiento que la mejore; hablámos de toda una vida sentada en la misma butaca, de la misma tribuna, del mismo estadio y, por supuesto, del mismo país. Hablámos de que en esa tribuna se podía observar lo que ofrecía un campo de césped de tercera división con las variantes que expone el que pase un pájaro o haya niebla baja y densa.
Nerviosa, trémula, sobrecogida por no se qué. Se va lejos. Nunca más ha vuelto, tal vez ha encontrado otro pasatiempo, sea dicho: otra butaca de otro estadio en otro país; o, quizá, ha sentido la punzante agitación de morir por algo, de soñar por algo.

Ninguna propuesta tan abusrda ni menos real.

No hay comentarios:

Publicar un comentario