UN HOMBRE

Da pena de ver, mírenlo, pero mírenlo con atención, un anuncio le tensa los nervios. Fíjense, aparentemente desamparado y, en el fondo, más desamparado aun. Lo miran ojos juiciosos, implacables, al observale  su vanidad  le desean que caiga abismo abajo, para chocar con una mediocridad que lo redima para luego convertirlo en un hombre adecuado. Si supieran lo adecuado que soy, se decía a sí mismo. Tal vez sienta que todo lo oprime, desde una pregunta inoportuna hasta la más leve sensación de calor. Una vez me contaron que no se reconoció, fue, según sus propias palabras, como respirar y notar un hondo vacío en el cuerpo, cual hombre sin órganos. Quizá deba aspirar a algo o quebrar el actual esado de cosas- le repetían convencidos sus allegados.
Su final es el de una bestia inmunda, bruta, sucia, pesarosa y rubicunda, con rasgos de esnobismo y una dote ilimitada para comportarse como no debería, hablo de nadie, del nadie que no sea más que su tiempo y su quehacer, aquel que ya no contempla la vida como un todo con sus partes, etapas y tópicos, sino meramente y de forma espantosa, como un día detrás de otro, y el otro que sucede al anterior, y así hasta morir. De entrada, la peor opción que se le puede plantear a un hombre así es que refelxione sobre sí mismo, dado que las vueltas de su eje lo llevarían danda tumbos hasta los derroteros más lúgubres. Ni siquiera sabría porque hace lo que hace y no otra cosa, tampoco reconocería en él más que un extraño ser desprovisto de lo que antes le servía para seguir su igualmente lamentable història, a saber: la ignorancia de lo que era. Sea dicho de nuevo, un hombre que da pena de ver

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