El caso de Zane

Todos los privilegiados que pudieron observarla se preguntaron por qué sus ojos manaban ríos de agua que, serpenteando por la mejilla, acababan acumulándose en el vórtice de la mandíbula y, allí, a cada cierto intervalo de tiempo se desprendían de su rostro en una gruesa lágrima que conseguía impactarlos. Jamás se agotaron los observadores, así como tampoco el manantial de lágrimas de la madre para así prolongar la demática escena.  Ella había contemplado como su hija crecía en la mediocridad, en un ambiente sórdido propio de la desesperanza y el abatimiento del hombre que, en pugna constante con las adversidades de la vida, había sido vencido y, por eso mismo, se había alojado en un  paraje penoso aunque pacífico. "En la míseria, es el lugar donde la ferocidad de las zarpas de la vida ya no llegan a alcanzarte- se decían los vagabundos". Sin embargo, este proceder es el propio de alguien que ha vivido lo suficiente, es decir que ha sido desgarrado por las zarpas de las hienas de la vida, para poder proclamar así su mísera vida y, entonces, relegarse a la podredumbre más confortable. No obstante, este no es el progreso que siguió la joven Zane, la cual aún florecía cuando se vió expulsada a las llanuras de una miseria que sólo conocoe su horizonte en la misma muerte.
Con todo, es absurdo relatar los comos y los por qués del devenir de las vidas de la madre de Zane y de la propia Zane, puesto que en lo resultante es perverso contaros que su relación llevo a esta última a un fatídico final. Permitiéndome esta licencia, no contribuiría en que los huesos de esa moribunda hija, ya devorados por gusanos y otros carroñeros subterráneos, pudieran insuflarse ni la más bímia sensación de alivio, placer o, incluso, justícia. Pero os debería acechar con impertinencia la qüestión, tornada en fundamental, de por qué  la hija se sumergió en este funesto camino hacia la muerte; y por eso mismo, es igual de vital escribir que no hizo la madre para evitar cada paso que ella dio. Esto es oportuno, empero, narrarlo supondría que unas lágrimas excepcionales de la madre brotaran ahora del lector, con lo que sólo obtendrías una sensación de repugnancia respecto a la madre y, desde luego, para la hija de un amor a su persona que se ilustraría con la constitución de palabras en forma de honores que parecen otorgarle lo que le merece, aunque ni siquiera ha hecho para merecerlo más méritos que el que aún no ha existido. Sucumbió de la forma más poco elogiable, en tanto que lo que vivió lo comprendió con resignación y eso no es un factor para colmar a alguien de honores, como tampoco que al ser joven y, por ello ingénua, inexperta, pudiera afrontar las dsitintas situaciones hostiles. Eso es, avispados lectores, que narrando los difernetes sucesos que explican loa quí esbozado, solamente contribuiría a que las lombrices y otros animales que se nutren ahora de ella, se sientan regocijados de comerse  un cuerpo que es capaz de causar tanta perplejidad y sufrimiento en  la sensibilidad de los hombres; eso es, llorando constantemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario