Nietsche, en su origen de
la tragedia griega, plantea la pugna
entre dos fuerzas en el seno mismo del
hombre que deviene la gestación de la figura mitológica.
A los ojos del apolíneo, el
instinto dionisíaco se manifiesta como la fuerza artística primitiva y eterna,
que llama a la vida al mundo entero de los ilusorio, de lo aparente, en medio
del cual es necesaria una nueva ilusión transfiguradora para retener en la vida
el mundo animado de la individualidad (p. 604)
Si ponemos a Prometeo a cobijo
de este esquema contemplamos como lo Dionisíaco emerge como fuerza ilimitada de
la naturaleza ( experiencia vital-arte) que, con su articulación con lo
Apolíneo ( individualidad-racionalidad), lo limita en un marco que configura
una unidad, el mito.
El mismo Nietzsche, traduce ese
instinto dionisíaco por la experiencia humana más profunda, el dolor.
Ambos
(la fuerza dionisíaca y la apolínea, mío) juegan con el aguijón del dolor,
confiando en el poder infinito de sus encantos: ambos justifican por este juego
la existencia del peor de los mundos ( p.603.)
De lo que resulta, siguiendo el
razonamiento nietzscheano, que la experiencia del dolor es la verdad
primogénita del hombre, la que lo hace afirmarse en tanto que hombre en la
medida que reconoce el dolor como suyo,
y, al hacerlo, se justifica a sí mismo.
Y así la doble naturaleza del
Prometeo esquiliano, su esencia a la vez dionisíaca y apolínea, podría
condenarse en esta formula sumaria: “Todo lo que existe es justo e injusto, y
en los dos casos igualmente justificable (525p).
Así es, toda experiencia de la
naturaleza dionisíaca existe como verdad que se afirma ante sí misma, por ello las atribuciones de si es
justo o injusto son igualmente justificables en el terreno de lo existente.
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